Se supone que todos
estamos presentes, pero igual es una reunión poco concurrida. Tal vez es el
simple hecho de que somos pocos. Me sirvo un poco de té y espero. Espero que
alguien comience a hablar o al menos que comience. Minutos después comprendo
que tengo mucha paciencia, podría esperar durante horas y horas, pero no tengo
ganas. Tampoco tengo en claro qué decir o si, en realidad, hay que decir algo.
Es uno de esos encuentros donde todo se mezcla, porque nadie tiene asegurado el
motivo por el cual nos juntamos.
-La mayoría de los aquí
presentes debe preguntarse, ¿qué estamos haciendo acá? -dice una voz que me suena conocida- Bueno,
no tengo idea.
Típico comentario de él.
Insoportablemente inolvidable para mí, pero deseosamente observable. Recuerdos
inconclusos vagan por mi mente y me enojo. Me enojo porque no quiero traer
cosas innecesarias a un presente que me recibe muy bien.
-Ya saltó el curioso a
meter la nariz –dice un hombre medio pelado, con ojos inexpresivos.
El murmullo aumenta, la
gente conversa y nadie comprende. Todos seguimos con la misma duda, pero nadie
es capaz de sacárnosla. Me entran unas inexplicables ganas de hablar con
alguien, de expresar mi molestia y confusión. Veo a un hombre, delgado, alto,
decaído y con un rostro demasiado jovial.
-Buen día –le digo,
acercándome.
-Señora, no sé qué
estamos haciendo acá, no me pregunte –contesta.
-Bueno, para serle
sincera no iba a preguntarle nada, simplemente quería conversar con alguien –menciono-.
Veo que no le apetece.
-Disculpe mi mala
cortesía –me dice-, pero no encuentro motivos para emitir palabra alguna. Estoy
demasiado triste.
-¿Triste porque se dio
cuenta de que a veces todo cuesta más de lo que nos gustaría o triste porque
está triste? –pregunto, bastante curiosa.
-Supongo que lo segundo,
¿por qué? –copia mi curiosidad.
-No lo sé, sólo
preguntaba.
-Usted, ¿por qué lo está?
–me interrumpe.
-Yo no estoy triste,
aunque si se refiere al verbo estar de encontrarse presente en un sitio, no lo
sé. Tal vez sea la ley de la gravedad que me lo permite, científicamente
hablando o, espiritualmente, mi alma quiere quedarse donde mi cuerpo permanece.
Noto como comienzan a
curvarse sus labios y me pregunto qué será lo que lo hizo sonreír, yo no hice
ningún chiste ni comenté algo con gracia. Posiblemente es el modo que tengo de
ver las cosas, para mi es más que normal preguntarme esas cosas. Todos los días
intento descubrir cómo es que la gente me ve, ¿por qué pueden mirarme u oírme?
¿Cómo es que estoy? Y no me refiero al ánimo, sino a “¿Cómo es posible que este
acá?”. Mucha gente me ha dicho rara e inclusive loca por mi forma de observar
lo que me rodea, pero siempre fui muy curiosa. Me paro en una silla, sin motivo
aparente.
- La mayoría de los aquí
presentes debe preguntarse, ¿qué estamos haciendo acá? Bueno, no tengo idea.
Me bajo de la silla,
sigo observando como todos los ojos me observan y en el transcurso de la
observación, lo observo a él y lo encuentro observándome a mí.
-Siempre fue tan típico
de vos decir esas cosas –me susurra en el oído luego de acercarse-. Por más que
trato de olvidarte insoportablemente, no puedo evitar observarte con deseo.
Sus palabras me
recuerdan a mis pensamientos de hace unos minutos y me pongo nerviosa y no sé
por qué.
-Extrañamente similar a
lo que pensé hace un instante –le comento.
-¡Qué bueno, qué bueno! –me
dice agarrándome del brazo y llevándome a un lugar que aún desconozco.
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